Existen padres -y supongo
que madres también- a los que no les importa estar lejos de sus hijos, hacen su vida. Algunos
por absoluto egoísmo, otros pocos por “engañosas necesidades que se creen”,
unos más por comodidad –hecho que demuestra ser muy poco persona- y el resto…
Qué importa? En estos casos no me importa en absoluto el único o miles de
motivos que puedan tener, porque hay cosas en la vida en las que no hay
justificación y esa es una de ellas. Sin embargo, lo que sí me importa es cómo
lo viven los hijos, que a pesar de la posible tristeza e incluso de la inicial
incomprensión, pronto llegarán a entender que esos seres, que un día decidieron
priorizar su vida frente a la de ellos –sus hijos-, dejando evidente ahí quién
era “el importante”, en realidad no son tan importantes.
Pero existe otra versión
de esta distancia entre padres, madres, hijos e hijas: cuando son los hijos los
que no quieren saber nada de alguno de sus progenitores. Y me refiero
concretamente a casos en que dicho progenitor, no ha sido egoísta, no ha
priorizado su vida frente a la del menor, no ha sido cómodo. Me refiero a casos
en los que el hijo dirige su propia rabia y frustración, miedo e inseguridad
contra su madre (porque eso sí que en la gran mayoria lo viven las mujeres). De
esta manera, el hijo se siente “vencedor” –no sé de qué- y su actitud le
permite mitigar y esconder su infelicidad, de la que él es el único responsable.
Y en la mayoría de estos
casos, nos volvemos a encontrar con la figura del hombre detrás de ese
adolescente: el padre egoísta, el hombre frustrado, el ser insensible que va de
tipo duro. El hombre que de hombre no tiene nada. No tiene valores aunque cree
que le sobran. No tiene criterio aunque se siente inteligente y poderoso. No
tiene dignidad aunque se crea digno. Es un enfermo (no para exculparle),
inmaduro, inseguro y mala persona. Porque manipula y utilitza a un ser
indefenso, influenciando en sus ideas, sus hechos, sus reacciones… Todo ello
para continuar escondiéndose a él mismo sus auténticas carencias.
Y así pasan sus días,
parte de sus vidas, el adulto no merece más comentarios y el menor, creyendo
que tiene una personalidad de hierro y orgulloso de parecerse a su padre. Los
dos retroalimentándose con mentiras, con falsos sentimientos y momentos vacíos.
Y lo peor de todo… Se
creen que hacen daño a la mujer. Sí, se lo hacen, pero se olvidan que esa mujer
tiene valores, criterio, dignidad… Y aunque ella no se merece ese trato, ellos
nunca se han merecido ser partícipes de momentos de esas encantadoras mujeres.
Y hablo en plural, digo ellos, porque esos adolescentes, a pesar de la
manipulación y de la poca experiencia, tienen consciencia.
Y a pesar de todo eso, de
madre sólo hay una. Y las madres sabemos que lo primero es la felicidad de
nuestros hijos. El precio…. Supongo que cada uno marca el suyo. Los límites no
son universales. Deseo que la impotencia frente a situaciones como éstas, no consiga hacer dudar a esas madres de su valía, de su criterio, de su labor y de la calidad del amor brindada a esos hijos.
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